La víctima se caracteriza por estar en la queja continua y el sufrimiento constante. Son personas que culpan a todo cuanto les ha ocurrido y a todos los que la rodean, de sus problemas.
No asumen su responsabilidad y buscan que los otros les ayuden a salir de sus embrollos.
Buscarán ser salvados por los hijos, su pareja, el médico, el terapeuta, la amiga o el vecino. Sin embargo, todo lo que estos hagan por él o ella será infructuoso, porque la víctima no siempre está lista para la transformación.
Asumir su poder y su responsabilidad en el cambio y dejar de culpar afuera implica para ella la pérdida del beneficio oculto que le reporta ocupar su rol: la atención de los demás.
Pero, ¿qué nos lleva a ocupar ese rol? ¿Qué eventos transgeneracionales nos estructuran como víctimas y nos impide tomar nuestro poder?
La pérdida de un padre o una madre a nuestra temprana edad, un progenitor ausente, o en casa pero desconectado de la crianza de sus hijos, impedirá que el hijo tome la fuerza de su madre o de su padre y de adulto se victimice.
Cuando se presente una interrupción entre el bebé o el niño con mamá, ya sea porque el bebé permaneció en encubadora al nacer, porque los papás se fueron de vacaciones y dejaron al bebé con los abuelos, porque la madre tuvo una enfermedad y el niño miraba con impresión a su madre lo cual le impidió tomar de su amor, evitarán que el niño conecte con la fuerza materna.
Igualmente, en aquellos casos en los que el padre fue ausente o abandonó el hogar cuando el niño era pequeño, impedirán que este último se nutra de esa fuerza que viene de su padre.
La madre es el primer vínculo que tenemos con la vida, y nos conecta con la abundancia y el éxito (para saber más puedes leer el artículo “La madre, el arquetipo de la vida misma»). El padre es la fuerza de ir al mundo, de brillar y tener reconocimiento.
De modo que la ruptura en nuestra niñez con estos vínculos, maternos o paternos, nos deja incompletos y nos impide tomar la fuerza de la vida para pararnos ante la adversidad. Y entonces nos victimizamos ante ella.
De otro lado, quien asume de adulto el rol de víctima, dirige inconscientemente un mensaje de reclamo hacia alguno de sus padres. En esta persona permanece una sensación de que sus padres no l@ trataron de forma justa, lo cual puede llevarl@ a sentir que la vida misma es injusta.
Dicho reclamo y sensación de injusticia es proyectada hacia su pareja, sus hijos o su jefe. Con ellos volverá a replicar la sensación de que se le trata de forma injusta y encontrará razones para conectar con su reclamo.
Esto llevará a esta persona a crear relaciones conflictivas, detrás de las cuales se oculta realmente el reproche que dirige hacia alguno de sus padres por no haber estado a su lado cuando más lo necesitó.
Y ¿cómo resolverlo? ¿Cómo salir de ahí y pararnos desde nuestro lado adulto?
Nuestro pasado fue como fue. Nuestros padres son quienes son. No está en nosotros buscar cambiarlos. Nos dieron lo que pudieron. Sólo el adulto puede modificar la narrativa que ha hecho de su historia y resignificarla en una experiencia de fuerza y amor
EJERCICIO
Cierra los ojos, respira, suelta todo pensamiento. Pon en frente tuyo a ese progenitor con quien tienes un reclamo o un reproche. No importa la naturaleza de dicho reclamo. Míralo, y ahora dile:
“he sentido rabia/rencor/reclamo, durante mucho tiempo. Ahora está en mi resolverlo y sanarlo. Me haré cargo de mí misma/mismo. A ti papá / mamá, gracias por la vida que me vino de ti. Del resto me hago cargo yo”.
Busca conectar con esa gratitud. Tu madre o padre te dio el gran regalo de la vida. Eso es suficiente. Eso es todo lo que necesitas para sanar tus heridas y ser feliz. Depende sólo de ti. Tú tienes el poder para transformalo.